
PRIMICIA. – El cambio climático golpea con fuerza a los pequeños agricultores de los Andes peruanos. Entre heladas, intensas lluvias, vientos huracanados, granizos y sequías prolongadas, ven como sus cultivos se pierden y su ganado se debilita. Aunque producen el 70% de los alimentos del país, enfrentan pobreza, precios injustos y un futuro cada vez más incierto. Para sobrevivir, recurren a prácticas ancestrales y exigen al Estado que deje de darles la espalda.
En regiones como Huancavelica, donde más del 70% de la Población Económicamente Activa se dedica a la actividad agropecuaria, la agricultura es el motor de la economía local. Sin embargo, el 85.2% de la superficie agrícola no cuenta con riego, y el 59.9% carece de sistemas de riego tecnificado, lo que agrava aún más la vulnerabilidad de los agricultores frente a los efectos del clima extremo.
A pesar de estos desafíos, algunas comunidades han encontrado en la cooperación una herramienta clave para fortalecer sus estrategias de adaptación. Mecanismos ancestrales como el uso de cohetes para disipar el granizo, la quema de bostas para mitigar las heladas y la aplicación de abono natural para mejorar los cultivos han permitido mejorar la sostenibilidad de sus prácticas agrícolas y garantizar su resiliencia.
El desafío ahora es lograr que estas soluciones no sean solo esfuerzos aislados, sino parte de un compromiso colectivo del Estado y la sociedad. Para ello, es fundamental que las estrategias desarrolladas por las comunidades campesinas se integren en políticas públicas que garanticen su continuidad y escalabilidad.